Guía para la ejecución de los
programas de escuelas de padres y madres (Nivel Inicial y Primarios – Grados del
Nivel Básico) del Ministerio de Educación
Los valores y su importancia en la educación
Al nacer, nuestros/as hijos/as no son ni
buenos/as ni malos/as, desconocen las normas que rigen su familia o su
sociedad. Su conciencia ética se va desarrollando con el paso de los años. Pero
necesitan nuestra ayuda ya que no llevan ningún “chip” incorporado que les diga
si sus actos son correctos o incorrectos, lo que está bien o lo que está mal.
Por eso es tan importante enseñar los valores cívicos que les permitan
desarrollarse y convivir en una sociedad plural.
Los valores son las normas de conducta y
actitudes según las cuales nos comportarnos y que están de acuerdo con aquello
que consideramos correcto. Todos/as los padres y las madres deseamos que
nuestros/as hijos/as se comporten de forma educada, pero sin que se conviertan
en niños/as temerosos/as o conformistas, ni transformándonos nosotros/as en
padres y madres exigentes y quisquillosos/as. Hay algunos valores fundamentales
que todas las personas debemos asumir, para poder convivir unos con otros, y
que son importante tener siempre presentes y cumplir sin perjudicar a nadie.
La adquisición de buenos valores depende,
como casi todo en la vida de nuestros/as hijos/as, de sentirse querido/a y
seguro/a, de desarrollar lazos estables con sus padres y madres y de tener
confianza en sí mismo/a. Solo sobre una base de amor y seguridad nuestros/as
hijos/as podrán aprender e interiorizar los valores éticos correctos. Lo más importante
es el ejemplo que dan los padres y madres en su forma de relacionarse con los/as
demás, de pedir las cosas, de ceder el asiento, de repartir lo que les gusta,
de renunciar a algo, de defender a alguien, etc. Un comportamiento de los
padres y las madres que transmiten tolerancia, respeto, solidaridad, confianza
y sinceridad informa a los/as hijos/as de todos estos valores y aprenden a
actuar respetándolos siempre.
Diferentes Tipos de Valores:
Valores familiares:
Hacen referencia a aquello que la familia
considera que está bien y que está mal. Tienen que ver con los valores
personales de los padres y las madres, aquellos con los que educan a sus
hijos/as, y que estos/as, a medida que crecen, pueden aportar a su familia. Los
valores familiares son los primeros que aprenderán nuestros/as hijos/as y, si
sabemos transmitirlos con paciencia, amor y delicadeza, pueden ser una buena base
para otras experiencias, actitudes y conductas con los que se irá encontrando en
el desarrollo de sus vidas.
Valores socioculturales:
Son los valores que imperan en la sociedad
en el momento en que vivimos. Estos valores han ido cambiando a lo largo de la historia
y pueden coincidir o no con los principios familiares. Puede ser que la familia
comparta los valores sociales que se consideran correctos o que, por el
contrario, no los comparta y eduque a sus hijos/as con otros principios. En la
actualidad, intentamos inculcar a nuestros/as hijos/as el respeto, la
tolerancia, la renuncia a la violencia, la consideración y la cortesía, pero
vivimos en una sociedad en la que ellos/as pronto descubren que también imperan
otros paradigmas muy diferentes, como el autoritarismo, el egoísmo, la acumulación
de dinero, el ansia de poder, e incluso el racismo y la violencia.
Los valores familiares determinarán, en
gran medida, el buen criterio que tenga nuestro/a hijo/a para considerar estos
otros principios como aceptables o despreciables, o para saber adaptarlos a su
buen parecer de la mejor manera posible.
Valores personales:
Son aquellos que el individuo considera
imprescindibles y sobre los cuales construye su vida y sus relaciones con
los/as demás. Suelen ser una combinación de valores familiares y valores
socioculturales, además de los que el propio individuo va incorporando,
producto de sus vivencias personales, su encuentro con otras personas o con
otras culturas en las que, aún imperando una escala de valores diferente a la
suya, encuentra actitudes y conductas que considera valiosas.
Valores espirituales:
Para muchas personas la religión es un
valor de vital importancia y trascendencia, así como su práctica. De la misma
manera, la espiritualidad o la vivencia íntima y privada de algún tipo de
creencia es un valor fundamental para la coherencia de la vida de mucha gente.
Los valores espirituales pueden ser sociales, familiares o personales y no
tienen que ver con el tipo de religión sino con el sentimiento que alimenta esa
creencia.
Valores materiales:
Son aquellos que nos permiten subsistir y
son importantes en la medida en que son necesarios. En la actualidad, vivimos
un alza social de los valores materiales: el dinero, los carros, las viviendas
y lo que a todo esto se asocia, como el prestigio, la buena posición económica,
etc.
Valores éticos y morales:
Son aquellos que se consideran
indispensables para la correcta Convivencia de los individuos en sociedad. La
educación en estos valores depende, en gran parte, de que se contemplen en
aquellos principios que la familia considera primordiales.
Entre los valores familiares que se
transmiten a los/as hijos/as se consideran los siguientes valores ético-morales
como imprescindibles:
1• Respeto:
Aceptar al/la prójimo/a tal como es, con
sus virtudes y defectos, reconociendo sus derechos y necesidades. Decir las
cosas de manera educada, sin herir, violentar o insultar a nadie son muestras
de respeto. La educación en el respeto empieza cuando nos dirigimos a
nuestros/as hijos/as correctamente, de la misma manera que esperamos que ellos/as
se dirijan a los/as demás.
2• Sinceridad- veracidad:
La sinceridad es el pilar en el
que se sustenta la confianza. Para que nuestros/as hijos/as no mientan no
debemos abusar de los castigos: los/as niños/as mienten por miedo al castigo.
3• Renuncia a la
violencia:
Que nuestros/as hijos/as no
sean violentos/as depende mucho de que sus padres y madres no griten, peguen o
les falten al respeto.
4• Solidaridad:
Conseguir que los/as niños/as
ayuden a los/as adultos/as y a sus iguales se consigue fácilmente, solo debemos
aceptar desde el principio sus ganas de ayudar, encomendarles pequeñas tareas y
adaptarlas siempre a su edad y sus posibilidades.
5• Cortesía:
Tiene que ver con el respeto,
la consideración y los modales. No tiene que ver con no poder hacer algunas
cosas porque no es de buena educación, sino en hacerlas diciendo “por favor”, “gracias”
y “¿puedo?”
6• Consideración:
Saber renunciar a los propios
intereses en beneficio de los de los/as demás. Si los/as niños/as ven que sus
necesidades se toman en serio, les será más fácil respetar las de otras
personas.
7• Tolerancia:
La aceptación y el respeto
hacia la gente que es diferente, a lo que nos resulta extraño, desconocido o
poco habitual.
8• Responsabilidad:
La confianza que tenemos en que
nuestros/as hijos/as sabrán asumir algunas tareas y las cumplirán. Tiene que
ver con la conciencia de que los actos o su incumplimiento tienen consecuencias
para otras personas o para nuestro/a propio/a hijo/a.
La responsabilidad que tenemos
los/as padres y madres en la transmisión de estos valores a nuestros/as
hijos/as es crucial. Los valores no se transmiten vía genética, por eso es tan importante
tenerlos en cuenta en la educación. Pero debemos saber que los valores no se enseñan
al margen del resto de cosas, ni a través de grandes explicaciones o dando una lista
con aquello que consideramos correcto y lo que no, esperando que nuestros/as
hijos/as la memoricen. Los valores se transmiten a través del ejemplo práctico,
de la cotidianidad y de aquello que los/as hijos/as observan hacer a sus padres
y madres.
Educar en valores es un reto
que enfrentan las familias y la escuela. La importancia de enseñar a los/as
niños/as principios que guíen su conducta y promuevan su calidad humana a
medida que crecen está más que demostrada en el mundo actual.
El éxito en esta tarea
dependerá de la claridad, coherencia y consistencia con que los/as adultos/as
asuman el proceso, pero sobre todo, de la enseñanza de los valores sustentados en
la vivencia y no en el discurso. Difícilmente podamos transmitir con
efectividad lo que no creemos y practicamos, especialmente si se trata de
actitudes.
Cada familia posee un sistema
de valores, que a menudo se mantienen implícitos y serán los que los hijos y
las hijas irán integrando progresivamente. Conviene, sin embargo, clarificar dichos
valores, examinarlos a la luz de las expectativas que los padres y las madres
tienen respecto a sus hijos/as. Por ejemplo, si queremos que los/as niños/as
digan la verdad, tendremos que cuestionarnos si nosotros/as mismos/as lo
hacemos, dado que, como hemos dicho, los valores se aprenden con el ejemplo,
más que con sermones u órdenes.
A continuación, analizamos los
aspectos asociados al desarrollo y fortalecimiento de algunos valores, solo a
modo de ejemplo, a fin de que las familias amplíen la reflexión, incorporando aquellos
valores que consideren fundamentales para educar a sus hijos e hijas.
• Respeto
Lograr que los/as niños/as
aprendan el respeto es una meta constante en nuestra función de padres y
madres. Cualquier actitud del/la niño/a interpretada como falta de respeto
activa los recursos de los/as adultos/as para demostrarle quién manda y se
convierte en motivo de preocupación.
Sin embargo, el respeto va más
allá de la obediencia y por supuesto, no debe confundirse con el temor ni con
la sumisión. El respeto mutuo es un camino de dos vías, que debe ser enseñado
desde muy temprano en la vida, puesto que cualquier relación donde falta el respeto
se deteriora y provoca sufrimientos.
Como sucede con todos los
valores, el respeto se enseña mejor actuando que hablando acerca de él, por lo
que los padres y madres pueden aprovechar situaciones diversas para mostrar una
actitud respetuosa e inducir al/la niño/a a hacer lo mismo, empezando por el respeto
a la vida (las plantas, los animales, las personas más necesitadas). Por
ejemplo, no decir frases despectivas hacia los ancianos, tratar con cortesía a
las personas con discapacidad y a los que nos piden una limosna, son
oportunidades para conducir a nuestros hijos por la vía del respeto a los
demás.
No obstante, para que el/la
niño/a pueda asimilar esto como un valor y hacerlo suyo, necesita a su vez
sentirse respetado. Con frecuentemente exigimos a nuestros/as hijos/as que nos
respeten, pero nos olvidamos de que los/as niños/as también son personas y que merecen
respeto. Conviene analizar nuestras reacciones y actitudes que pudieran ser
irrespetuosas hacia nuestros/as hijos/as. Por ejemplo, cuando no les escuchamos
ni prestamos atención en el momento en que nos hablan; cuando les insultamos o
humillamos con burlas, sarcasmos y comparaciones; cuando no reconocemos su
derecho a tener su espacio, e interrumpimos innecesariamente sus actividades o
restamos valor a sus pertenencias.
Estas son solo algunas de las
conductas que podrían estar transmitiendo a nuestros/as hijos/as el mensaje de
que no son personas dignas de respeto.
Los/as niños/as suelen ser muy
sensibles a estas maneras de relacionarnos con ellos/as. Por lo general
producen resentimientos y afectan su autoestima, convirtiéndose además en un obstáculo
para nuestra tarea de enseñar el respeto mutuo.
Asimismo, el respeto que
mostremos por nosotros/as mismos/as constituye un modelo insustituible, que se
manifiesta cuando los padres y madres reconocen su propio valor y sus derechos,
evitando dar una imagen de sacrificio extremo cuando establecen límites saludables
a las demandas de los/as hijos/as, ya sea de atención, tiempo, servicios, juguetes,
etc.
En todas estas oportunidades
hay una lección acerca de los derechos de cada miembro de la familia, que
permite a nuestros/as hijos/as ir desarrollando una actitud respetuosa, hacia sí
mismos/as y hacia los/as demás, que le acompañará durante su vida.
• Responsabilidad
La responsabilidad implica
cumplir cabalmente con las tareas u obligaciones emanadas del rol que
desempeñamos, asumiendo las consecuencias de nuestras acciones.
Actuar con responsabilidad es
fuente de crecimiento personal e independencia, a la vez que es una
consecuencia de ello. En los/as niños/as pequeños/as se refiere con frecuencia
a enfrentar las consecuencias de las decisiones de otros, las cuales el/la
niño/a debe aceptar.
En los/as mayores se evidencia
en las decisiones que se toman y también en las consecuencias que se generan.
Para enseñar responsabilidad
hay que ejercer de forma adecuada la autoridad. Una persona que es
descalificada, irrespetada o poco reconocida, tendría dificultad al poner en marcha
sus recursos para actuar responsablemente en ese contexto. Siendo así, un
estilo de educación autoritario y rígido no promueve la responsabilidad, sino
más bien el cumplimiento ciego de las órdenes, fundamentado inicialmente en la
obediencia, pero sin que el individuo se involucre y con el riesgo de generar
actitudes rebeldes o apáticas.
Por otra parte, una educación
permisiva con pocas exigencias no estimula las capacidades del ser humano para
enfrentar tretas y demandas que le corresponden y sus consecuencias, promoviendo
la externalización de la culpa y la búsqueda de soluciones fáciles a los
desafíos cotidianos.
De forma práctica, en la
familia esto se traduce en permitir al/la niño/a tomar decisiones dentro de un
número limitado de alternativas que irán aumentando con la edad. Esto le da la
oportunidad de ejercitar la voluntad y sentirse respetado/a. Naturalmente, toda
decisión supone consecuencias, sean estas positivas o negativas, y es muy
importante que los padres y madres dejemos a los/as niños/as experimentar las
que se deriven de su elección, siempre y cuando no revistan peligro para
ellos/as o para otros/as.
Esto no siempre es fácil, pues
estamos habituados a tratar de evitar que nuestros/as hijos/as tengan cualquier
experiencia negativa; entre otras razones porque asumimos que eso es parte
fundamental de nuestra función como padres y madres, y nos sentimos culpables
si no lo intentamos. Para proteger a los/as niños/as de las consecuencias de su
comportamiento, sermoneamos, humillamos, amenazamos, imponemos nuestras ideas y
finalmente, terminamos haciendo por ellos/as lo que ellos/as deberían hacer por
sí mismos/as.
La enseñanza de la
responsabilidad implica reglas claras pero flexibles, que permitan al/a la niño/a
intentar sus propias soluciones y aprender de sus errores en un marco de
respeto hacia el/ella y hacia los/as adultos/as.
Todo esto está conectado con un
ambiente en el que cada uno siente que tiene un lugar, que pertenece, participa
en los planes y se compromete.
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